María Antonia Montesino: una mujer llena de historias
María Antonia Montesino Menéndez era una profesora de la Universidad Tecnológica de La Habana José Antonio Echeverría (Cujae), cuando le llegó la noticia del Proyecto Futuro.
Recibió una indicación del entonces rector de esa casa de altos estudios, Arturo Bada, para que se presentara en su oficina. Le habló de la nueva idea de Fidel, una Universidad que se levantaba sobre el antiguo Centro de Exploración Radioelectrónica Lourdes. La sola imagen de todo aquello inundó su pensamiento en milésimas de segundos. Sorpresa, inseguridad, temor a lo nuevo y desconocido, todo giraba dentro de ella y entorno a la decisión a tomar en tan poco tiempo.
María Antonia constaba como reserva del cargo de secretaria docente en los registros. No tenía experiencia práctica en aquella ocupación, no tuvo tiempo. Asumir un rol protagónico desde ese puesto, la asustó. “Ocupar un cargo del que nada sabía me dio miedo, pero como no soy cobarde y nunca me he negado a cumplir con una tarea, dije que sí, que aceptaba”.
Así fue como “Marian” se convirtió, hace 20 años, en la primera secretaria docente general de la Universidad de las Ciencias Informáticas (UCI).
No pasaría mucho tiempo hasta presentarse en su nuevo centro laboral. De su memoria rescata las imágenes de un alma mater gigante en sus cimientos, aún con el alma al desnudo, sin aulas ni oficinas definidas.
El cuerpo se construía de a poco. Se levantaban edificaciones un día sí y otro también. Las jornadas eran largas. “La Universidad ni nombre tenía, eso vino unos días después”, relata. Comenta que mientras construían nuevos edificios se iban bautizando, “este es para tal cosa, aquí van a ir tantas aulas, allá el rectorado”.
Rememora aquellos momentos de mucho ajetreo, de idas y venidas de mujeres, hombres, constructores, estudiantes, cuadros y profesores, todos trabajando, volcados en sus faenas.
“Había dudas sobre si sería posible comenzar el curso en tiempo. Con una infraestructura en desarrollo, un colectivo de trabajadores aún conformándose, faltaban varias cosas antes de pensar en arrancar con las clases”.
Se concibió realizar un proceso de captación de estudiantes a nivel nacional. Los jóvenes de diversas escuelas se insertaron en este nuevo proyecto de Fidel relacionado con la informática.
La aguerrida Marian ahora es M.Sc. y está jubilada. Confiesa que en una vida paralela, sin llamados ni citas a la oficina del rector Bada, hubiese terminado sus años de trabajo en la Cujae. Siendo así, se dedicaría a ella misma y a su familia, sin embargo, conoció la Universidad de las Ciencias Informáticas y toda la historia cambió.
“La UCI tiene algo que me hace sentir atada a ella, es una parte de mí. No lo pensé dos veces cuando me jubilé, no me dio tiempo, no hubo nada que pensar, tenía que seguir y aquí pienso estar mientras tenga salud ”.
En su rejuego entre el presente y el pasado, revive sus mejores momentos en nuestra alma mater. Reconoce, han sido muchas las experiencias maravillosas a lo largo de todos estos años. Piensa en las visitas de Fidel, el ya distante primer día de clases, los recibimientos cada año a los estudiantes y las caravanas de guaguas llenas de jóvenes.
No fueron pocas las maravillosas experiencias de la primera Secretaria General de la UCI entre sus muros, pero sin dudas hubo una que la marcaría para siempre. La primera graduación sería ese momento donde sus emociones se dividieran entre tristeza y regocijo, agolpadas en su pecho.
Sus hijos como aún los llama, se habían convertido en hombres y mujeres de ciencia y estaban listos para abandonar el nido. “A casi todos los egresados los conocía por su nombre. Sentí júbilo por no haberle fallado al Comandante -dice con lágrimas en los ojos- Recuerdo en la entrega de títulos, la cara de felicidad de esos graduados. Aquel día lloré y mucho, pero de felicidad”.
Dos décadas después es común ver a María Antonia caminando por los pasillos de nuestra segunda casa. Ya no es la Secretaria General, ahora es metodóloga de la Oficina del Rector. Ha visto como ha crecido su institución académica en todo sentido y lleva el orgullo del fundador en la sangre.
Le siguen llegando nuevos hijos cada año que, aunque sustituyen en las aulas a los que ya partieron, no consiguen reemplazarlos en su corazón. Cada uno tiene su espacio.
“En estos 20 años los cambios han sido muchos, pero ¿qué no cambia en ese lapsus de tiempo? Ver a hombres y mujeres hoy, a los que recibí siendo aún adolescentes con ojos de asombro cargados de ilusiones, con temor a lo desconocido, convertidos en profesionales de tremendísima calidad. Doctores prestigiando la UCI, o cualquier otra entidad donde laboran, dan continuidad a lo que ellos mismo empezaron, ese es a mi entender el mayor y mejor cambio”.
María Antonia lo ha dado todo. Su larga trayectoria la avala. Cabe preguntarse si hay algo más que le quede por hacer en nuestro centro. ¿Qué la motiva a seguir? Su respuesta fue tan firme como certera “Ante todo un sentido de pertenencia, pensar que puedo aportar un granito más en esta idea de Fidel ya materializada”.
Seamos testigo de su compromiso, carisma, calidad de trabajo y sacrificio, todo en una mujer plagada de historia. Seamos testigo de una heroína, de esas que de luchar todos los días se vuelven imprescindibles.