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Por: Exor Manuel Rodríguez Pozo, estudiante de la UCI

Ha pasado el tiempo necesario y aún recuerdo la primera vez que salí de casa sin fecha de regreso. Todos sentían nostalgia pues el más pequeño de la familia, yo, abandonaría el hogar para conocer personas que cambiarían el sentido de mi vida.

Recuerdo que era viernes 31 de agosto de un año cualquiera, y exactamente el reloj marcaba cerca de las nueve de la mañana.

Después de infinitos besos, abrazos, y una lágrima de mis padres, partí hacia un lugar del que solo conocía por jóvenes que alguna vez comenzaron a formar parte de una familia, su familia de amigos.

Sentí temor la primera vez que hice entrada en la Universidad de las Ciencias Informáticas, conocida como la UCI. Cuando llegué mis ojos quedaron perplejos ante tanta belleza y equidad por parte del claustro de profesores.

Después de los imprevistos del primer día y la angustiante fila de personas para la matrícula, conocería a las personas que estarían a mi lado representando un sueño, con los que compartiría el mayor tiempo de mi estancia por todo un mundo de enseñanzas.

Para ese entonces tendría el placer de conocer a mis compañeros de cuarto. Al transcurrir los días fuimos reflejando nuestras vivencias y sin percatarnos todos perseguíamos una misma idea, ser Ingeniero en Ciencias Informáticas.

Recuerdo que tomaba fotos a cada centímetro de mi Universidad, de mi casa de altos estudios, o al menos así escuchaba mencionar a todos los que alguna vez me convencieron de estudiar en un centro mágico, ¡Y puede que lo sea!, y lo exclamo sin vacilación alguna, porque en este poco tiempo solo con magia he aprendido a mirar con el alma, a trazar metas y cumplir sueños.

Dicen los adultos que al culminar la universidad nuestros sueños ya no serán los mismos de tiempos atrás. Sin embargo, son muchas las palabras que en mí nacen al plasmar la emoción que causa asistir por primera vez a la universidad, esa emoción de tener un pasaje a lo desconocido, ser partícipe de miles de historias y protagonista de solo una en especial, ser consciente de que muchas comiencen parecidas, pero todas tienen un final distinto.